Ante la posibilidad de experimentar con la tierra, los niños se transforman, se disponen a tomar las riendas, cavar, horadar, rastrillar, plantar, agujerear, regar, quieren hacerlo todo, es algo mágico, me lo parece.
En esos momentos, la televisión o la Nintendo, no tienen nada que hacer.
Cuando llegas al huerto, inmediatamente, te invade un sentimiento ancestral, primario, tienes la sensación de querer quedarte, de no terminar jamás.
Cuando después de unas horas de estar por allí tocando la tierra, mirando el paisaje, hablando con el resto de huertanos mientras compartimos experiencias, consejos, o asuntos que se cuecen en el huerto, llego a casa, y ya estoy pensando en que momento podría volver, sacar un ratito.
Está claro, que para mí, es una vía de escape, un medicamento preventivo, un hobby , una manera de limpiar las energías nocivas que impregnan mi cuerpo de los aparatos eléctricos, el wiffi y toda clase de radiaciones que hoy nos rodean. Ser agricultor es una tarea dura, y es un modo de vida, al que para acceder yo tendría que dar un giro de 360 º a mi vida y lo veo díficil que pase. Así que voy a disfrutar a tope el regalo tan maravilloso que se me ha hecho y lo voy a compartir con mis hijos y mis sobrinos si ellos quieren, siempre que quieran, porque debería de ser una asignatura en todo proceso educativo, por lo menos hasta los dieciseis años, el trabajo en la tierra, un huerto, un jardín, pastoreo.... sólo así tendríamos personas conectadas a la tierra y con un vínculo difícil de romper, aunque llegaran a ser políticos, banqueros, médicos o astronautas. Otro mundo sería posible.
Ah!! gracias a Icaro, que es quien lo ha hecho posible, y gracias al universo por facilitar nuestro encuentro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario